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«El siglo XX, si baja la vista, se encuentra un mundo sin secretos. Toda la Tierra ha sido explorada, los más lejanos mares surcados. Las regiones que apenas una generación antes aún permanecían dichosas y libres en la penumbra del anonimato, atienden ahora servilmente a las necesidades de Europa. Hasta las fuentes del Nilo, durante tanto tiempo buscadas, se internan los barcos de vapor. Las cataratas Victoria, contempladas hace tan sólo medio siglo por el primer europeo, suministran energía eléctrica obedientemente. El último rincón despoblado, las selvas del Amazonas, es víctima de la tala».*

Hay tanta verdad en estas palabras que asusta asumir la posición en que nos dejan, a casi 90 años de la fecha en que fueron escritas. El autor, lejos de imaginar que el destino más inspirador del hombre, la luna, llegaría a ser retransmitido por televisión, nos describe los albores de un mundo tan poblado y tecnificado que ha perdido su poder y su misterio, y de un hombre que cambia su veneración y encanto ante él por el simple interés de explotarlo.

Nunca volveremos a ver la luna como la vimos hasta 1969; una huella y una bandera la patentaron. Las regiones que siempre habían permanecido «en la penumbra del anonimato» están de pronto desnudas y expuestas a cualquier pantalla, llenas de turistas, hoteles, piscinas, centros comerciales, cámaras de televisión, y cuando no, al alcance de satélites que pueblan el cielo para difundirlas. Nuestra época todo lo llena de lucro e insustancialidad. Parece no haber tiempo ni lugar para degustar la pureza de las cosas que hasta no hace mucho sabían. Los transgénicos y los sintéticos invaden las cosas inhaladas e ingeridas, saturándonos. Polución, contaminación acústica… En un mundo cada vez más viciado y superpoblado, cada vez evadirse es más difícil. La ubicuidad de medios y cámaras es un panóptico para la geografía que todo lo desvela y publicita. Sentimos invadida hasta nuestra esfera privada. Todo ha sido desvirgado, el mundo mismo, agotado. La imaginación parece el último reducto para el misterio y la magia, y para el reencuentro con un salvaje planeta que sólo entrevemos en los libros antiguos. La población mundial se desborda, los habitáculos cada vez son más estrechos; uno quisiera, abrumado de visibilidad, desaparecer, deshacer el tiempo y volver a un mundo con sombras y lugares ocultos, nunca pisados, con un espacio despejado de satélites y una luna lejana y hechicera; volver a un mundo fresco, con mares insondables y fragancias aún por respirar.

Afortunadamente, si se esfuerza un poco por huir de la mentalidad global y buscar la intimidad local y personal, descubre que aún quedan, lejos del mundanal ruido, espacios donde el tiempo ha salvado la naturaleza, donde saborearla con toda intensidad, en su integridad, y donde reconocer el mundo que sí conocieron las generaciones precedentes: como si escapásemos del panóptico por una madriguera que condujera a un mundo en que experimentar la vida y la naturaleza como ellos lo hicieron, legándonosla maravillados en sus libros. Si venimos al mundo programados para el estímulo de la naturaleza como cualquier ser vivo, ¿por qué no lo tenemos? Porque nuestra civilización ha eclipsado esas vivencias cuando no las ha hecho imposibles, por contaminación o sobreexplotación.

Los que son conscientes o sensibles, aspiran a cambiar el paradigma, y promueven empresas acusadas de románticas, pero tan intrépidas como justas. Un reconstruido barco de madera que vuelve a navegar como lo hacía en el s. XVIII ofrece travesías por el océano Atlántico; un anciano pescador que vuelve al agua sus viejas redes en los fiordos noruegos, hastiadas de aire y de sol, ansiosas de zambullirse entre el salitre y el coral; un refugio en las montañas nevadas de Escocia, sobre la puerta una inscripción: 1889; un tren de vapor que nos sumerge entre los perdidos valles y bosques de Austria o Canadá… Constituyen el refugio de viajar.

*La cita es la introducción al capítulo «La conquista del Polo Sur en 1911», del libro de Stefan Zweig «Momentos estelares de la humanidad», año 1927.


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