Al planeta Tierra no hay que darlo por perdido Ecología

Hace poco, el científico vivo más famoso del planeta, Stephen Hawking, dijo en Tenerife que la humanidad debe abandonar la Tierra en 1.000 años si quiere salvarse. No es la primera vez que lo dice; la última vez nos daba 200 años. Aunque el pronóstico sea cierto, es el tipo de excusa que la gente necesita para dar por perdido al planeta y asumir como inevitable el modelo de progreso que lo arruina y deja al margen. Si nuestro destino no está en la Tierra, su naturaleza es una rémora a superar, y la polución, el precio o sacrificio que debemos pagar por progresar. Una visión realista debe asumir que el progreso «es así», como hacíamos hace 50 años. Si ya hemos sentenciado a la Tierra y nunca volverá a ser la que era, la ecología es absurda. ¿Para qué ruralizarnos o molestarnos en reciclar? Quizá por evitar el caos mientras tanto o hacer más grata la espera, pero el mensaje es fatal, porque induce a una acción medioambiental escéptica, no por la conciencia de que progresar es otra cosa y de que la naturaleza es nuestro hogar.

Los científicos han estimado que, si el hombre no lo impide, nuestro planeta aún será habitable durante al menos 1.000 millones de años. Nuestra especie no lleva en la Tierra ni uno y ya está pensando en el siguiente, en una especie de obsolescencia programada cósmica. La ciencia ficción planteó muchas veces futuros en los que la humanidad exploraba el universo teniendo por hogar la Tierra, donde había logrado progresar en equilibrio con la naturaleza. Era el caso de Star Trek. Pero la ciencia ficción reciente, presa de la fiebre apocalíptica, parece descartarlo. Como Interstellar. En ella se plantea un futuro verde en que los jóvenes quieren ser granjeros y las carreras con salida están en el campo. La Tierra se ha ruralizado para sanear el despilfarro industrial del siglo XX y sus efectos sobre el clima. Pero lo rural es decepcionante, porque frustra nuestras aspiraciones de expansión y no puede hacer frente a un colapso ya inevitable. Por eso la NASA envía exploradores al espacio en busca de planetas habitables para salvar a la humanidad.

La película abre un debate entre quienes quieren invertir en la Tierra y en sus crisis sociales, ilusos, y quienes quieren abandonarla e invertir en tecnología espacial, realistas. Estos acaban por imponerse: «este planeta es un tesoro pero lleva años diciéndonos que lo abandonemos. (…) La humanidad nació en la Tierra pero su destino no es morir en ella». Es la tesis escéptica con la naturaleza y optimista con el desarrollo espacial (oponiéndolas en vez de armonizarlas); la premisa que justifica invertir en Marte. «Conocemos mejor la superficie de Marte que nuestros fondos marinos», denuncian algunos científicos. El otro día, al leer el pronóstico de Hawking, me acordé del inesperado giro argumental del documental «La sal de la Tierra», con su potente mensaje final: «la destrucción de la naturaleza se puede revertir».

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En él, el fotógrafo social Sebastiao Salgado, tras recorrer medio mundo fotografiando crisis, miseria, un planeta herido y destruido, volvió deprimido al Brasil rural de su niñez. Su vergel se había deforestado y desertizado por la explotación intensiva. Otro signo de progreso que la visión realista imponía asumir. Pero no lo hizo. En lugar de eso imaginó otro progreso y junto a su mujer intentó reforestar y recuperar el paraíso perdido, haciendo de sus recuerdos un proyecto de futuro, y del pasado su idea de progreso. Y contra todo pronóstico lo consiguió: la selva extinguida volvió, haciendo volver a los jaguares y devolviéndole el optimismo. Aquella «semilla del bien» se convirtió en el Instituto Terra, y ese despertar ecológico inspiró su última gran obra, Génesis, en la que volvió a recorrer el mundo pero para retratar esta vez la naturaleza: animales, lugares y gentes que vivían como al principio de los tiempos, descubriendo un planeta que no salía en los medios de comunicación, un planeta virgen que ocupa la otra cara del mundo en la que nunca pensamos o damos por perdida.


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